Omar el mito que ayudamos a construir

Por Abril Peña Abreu



Años atrás escribí que el PRM estaba pagándole a Leonel Fernández la ayuda prestada en 2020. Al señalarlo como su principal contendor en un momento en que estaba lejos de serlo, lo posicionaron en el imaginario popular como la segunda fuerza política del país.

Las percepciones —para bien o para mal— moldean realidades, sobre todo cuando detrás hay una figura de la talla de Leonel.
Tiempo después escribí que Omar Fernández, incluso perdiendo, ganaba: si triunfaba, le ganaba al poder; si perdía, habría necesitado medio gobierno para hacerlo.

Lo advertí entonces y hoy lo reitero: están ayudando a construir un mito que podría volverse realidad.
Creo que seguimos errando. Intentando dividir a los fuerzapueblistas, quizás se esté fortaleciendo a Omar antes de tiempo. Pensar que la pugna entre padre e hijo o entre sus equipos fracturará su espacio político puede parecer una estrategia inteligente, pero en el fondo es una jugada arriesgada.

No hay enemigo pequeño.
Omar tiene carisma, discurso y timing político. En 1994, Leonel era mucho menos de lo que hoy es Omar, y aun así fue el “cordero de sacrificio” escogido por Danilo Medina y su grupo para enfrentar al titán de la política dominicana de entonces José Francisco Peña Gomez.

Pero entre errores ajenos, caprichos del viejo caudillo y las luces propias del entonces joven León y un poco de suerte, terminó alzándose con el santo y la limosna.


Hoy cada vez que Omar logra posicionar un tema, medio gobierno reacciona. Nosotros mismos, desde los medios, contribuimos a amplificarlo, porque es inevitable atender la agenda pública. Pero desde la óptica política, responderle constantemente es otorgarle una importancia que, con nuestros actos, confirmamos que tiene.

Lo estamos señalando como el rival a vencer, el rostro más sólido de la oposición.
Hoy, una alianza opositora parece lejana, y quizá lo sea. Pero la política es cambiante. Siempre puede aparecer la tormenta perfecta, y tal vez sin querer, estemos alimentando los vientos que podrían formarla.
Ojalá esté pensando demasiado. Pero prefiero pecar de precavida y prepararme para lo peor, antes que me agarre —como diría el pueblo— asando batata. 

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