
Por Manuel Santos
De buena tinta
Washington no duerme, pero aquella noche la tensión se podía cortar con un alfiler. En la sala, nombres ilustres de la comunicación política global esperaban el veredicto de los Napolitan Victory Awards, los galardones más codiciados del continente. Entre ellos, con la serenidad de quien confía en el trabajo bien hecho, se encontraba un dominicano: Carlos Rojas.
No era un invitado más. Venía desde las raíces de Samaná, con el acento del Caribe y la mirada de quien ha recorrido campañas, crisis y victorias en distintos rincones del continente. Su nombre sonaba entre los grandes. Su proyecto competía frente a poderosas firmas internacionales en la categoría de Mejor Campaña Legislativa/Parlamentaria, una de las más reñidas del certamen.
Y la sorpresa de la noche llevó su nombre.
El aplauso fue cerrado, y el aire se llenó de ese eco que solo produce la hazaña. Cuando Rojas subió al escenario, sus primeras palabras fueron un grito de patria:
“¡República Dominicana inagotable!”
Quienes conocen su estilo saben que no improvisa. Cada palabra es cálculo y sentimiento; cada gesto, una idea. Y aquella exclamación, nacida del alma, fue también la metáfora de una nación que se abre paso entre gigantes con inteligencia, disciplina y fe.
Rojas, formado en la estrategia política y en la ciencia de la comunicación moderna, pertenece a la estirpe de los hombres que Josef Napolitan —el padre de la consultoría política moderna— describía como “los que entienden que el poder de la palabra es más duradero que el poder de las armas”.
En él se cumple esa máxima. Su obra combina la arquitectura fría del método con la llama espiritual del ideal.
Aquella noche, Carlos Rojas obtuvo dos premios. Dos símbolos que no solo celebran su talento, sino también la madurez de una nueva generación de estrategas dominicanos que se atreven a competir, y a ganar, en los escenarios más exigentes del mundo.
Su discurso, breve pero hondo, recordó más a un ensayo de Kafka sobre la perseverancia del alma, o a una reflexión de Balaguer sobre la vocación de servicio, que a un agradecimiento de ocasión.
Porque Rojas, más que un ganador, es un artesano del pensamiento. Un hombre que cree que las ideas no se lanzan: se siembran; que los símbolos no se fabrican: se descubren.
Y así, entre luces doradas y aplausos de pie, Washington volvió a oír el nombre de un dominicano que habló con voz propia y con fe intacta: “Viva la República Dominicana, Dios y la Virgen de la Altagracia.”
En los anales de la consultoría política quedará esta noche como la demostración de que el talento no tiene fronteras, y que cuando la inteligencia se une con la pasión, los premios se convierten en destino.
Carlos Rojas, disruptivo y sereno, escribe una nueva página en la historia de la comunicación política latinoamericana.
Una historia que no se redacta con tinta, sino con propósito.
Y como diría un viejo maestro de la logia del pensamiento político:
“Los hombres pasan; las ideas permanecen, si fueron dichas con verdad.”
