Marcha en el corazón de nuestra independencia: un desafío a la sensatez y la historia

Por: Abril Peña

Nuestra Constitución garantiza la libre expresión, el derecho al libre tránsito y la posibilidad de realizar marchas en República Dominicana. En teoría, basta con informar a las autoridades.

Sin embargo, hay manifestaciones que, dadas las circunstancias, se convierten en verdaderas afrentas sociales.

Aunque inicialmente se atribuyó a Ana María Belique la convocatoria de una marcha en el Altar de la Patria, la activista ha aclarado que no forma parte de los organizadores de dicha actividad. Actualmente se encuentra fuera del país y no ha emitido ningún llamado público relacionado con esta movilización.

El Movimiento Reconoci.do, del cual es cofundadora, ha explicado que su participación es en apoyo a la convocatoria realizada por la Coordinadora Popular Nacional, no como organizadores principales.

Para muchos, esto constituye una ofensa; para mí, es al menos una insensatez y una falta de decoro.

Aunque en teoría no se ha otorgado permiso formal para que extranjeros se manifiesten, no hay que ser adivinos para saber quiénes se aglutinarán en ese espacio: el mismo que marca la separación histórica entre Haití y la República Dominicana.

Y más grave aún: otros han anunciado que enfrentarán esa manifestación en el mismo terreno, lo que puede escalar fácilmente de una concentración —aunque imprudente, teóricamente pacífica— a un enfrentamiento abierto.

Esto llama no solo a los convocantes y a quienes les adversan a actuar con cordura y sensatez, sino también obliga a las autoridades a tomar medidas excepcionales. Porque donde se junten mansos y cimarrones, el riesgo no es solo un altercado, sino la creación del escenario perfecto para retratarnos ante el mundo como un país xenófobo… y a partir de ahí hacernos rodar mediáticamente.

Es como si en Alemania se organizara una protesta contra los judíos frente a un monumento al Holocausto, o como si en Haití franceses o sus descendientes hicieran una manifestación contra los haitianos en el mismo centro donde celebran su independencia.

La mínima prudencia indica que se trata de un desafío innecesario.

Finalmente, lo que se busca no es respeto ni diálogo: es ruido… Es desorden.

El mismo desorden que ha permitido a ciertos grupos —de uno y otro lado— financiarse a costa del dolor de un pueblo que merece una historia distinta y un futuro mejor.

Comparte esto!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

18 − tres =